El concepto de Inteligencia Emocional ha
evolucionado mucho desde una idea de “se tiene o no se tiene/se nace o no se
nace” hacia una perspectiva de idea de potencial con el que “se nace, pero que
puede desarrollarse gracias a la acción educativa”. Por ello, a lo largo del
siglo XX se fue considerando la influencia del aprendizaje en el desarrollo
intelectual humano.
A partir de Sternberg, en los años sesenta,
se comenzaba a ver la inteligencia como un conjunto de capacidades o
habilidades que podían adquirirse a lo largo de nuestra vida. A partir de los
años ochenta, la inteligencia era considerada según Gardner (1998), un
potencial biopsicológico que resolver problemas o elaborar productos que son de
gran valor par un contexto comunitario o cultural: “definir el concepto de
inteligencia es un compromiso entre individuos, capaces de usar sus
competencias en varios campos del conocimiento, y las sociedades, que alimentan
su desarrollo individual en función de las oportunidades que les ofrecen”. Esta
teoría de Gardner sugiere una línea diferente y alternativa a la perspectiva de
reducir a los tests de inteligencia y al cociente intelectual el valor del la
inteligencia, proponiendo la existencia de diferentes inteligencias humanas
examinando una gran variedad de fuentes empíricas e intentando sintetizar un
nuevo panorama de gran repercusión en el concepto actual de inteligencia: las
inteligencias múltiples.
Gardner distingue siete inteligencias: la
lingüística, la lógico-matemática, la espacial, la musical, la corporal y la
cinética. Más adelante introducirá una octava llamada naturalista.
En esta línea, Rojas define la inteligencia
como “comprensión lógica que capta la riqueza y la diversidad de elementos que
se conjugan en la realidad; que penetra en ella y entiende su complejidad. Es
la facultad personal para aprender de la experiencia y la habilidad para sacar
lo mejor de uno mismo, sabiendo adaptarse a las circunstancias; la capacidad
para comprender el texto y el contexto que nos rodea […]”.
Con la pérdida de interés del concepto
“cociente intelectual” (CI) como único explicativo del ajuste de una persona en
su entorno o de su éxito personal, laboral o social, surgen conceptos que
hablan sobre la influencia de las emociones en nuestra forma de encarar de
forma inteligente la vida y las relaciones humanas. Para ello, ha sido
necesaria la evolución de las investigaciones psicológicas y los últimos
hallazgos de las investigaciones neurológicas, las cuales nos llevan a fijarnos
en la influencia de lo emocional en nuestra capacidad intelectual.
El descubrimiento de la formación reticular
por Moruzzi y Magoun sirve de base a las teorías de la activación emocional a
partir de las cuales la emoción se convierte en el auténtico motor de la
conducta (Zumalabe y Maganto, 1993). Sin embargo, hay otros investigadores de
la emoción que sostienen que para entenderla hay que añadir a los factores
fisiológicos los cognitivos.
Otros autores sostienen que los
sentimientos son el balance entre la interacción entre nuestras necesidades y
la realidad. Por ejemplo, la tesis de Roseman (1984), en las que se habla de
procesos de evaluación continuados.
Izard (1991) relaciona también motivación
con emoción. Establece que el sistema motivacional humano está compuesto por
diez emociones fundamentales. Para él, una emoción fundamental es la que tiene
una cualidad subjetiva, una expresión facial y un patrón de descarga neuronal y
produce unas consecuencias conductuales únicas.
Harris (1992) atribuye una enorme
importancia a la imaginación en el desarrollo de las emociones. Los niños son
conscientes de sus estados mentales y pueden proyectarlos en los demás usando
un mecanismo que depende crucialmente de la imaginación.
Varios autores coinciden en que la
experiencia de aprendizaje emocional vivida en el seno de la familia durante
los primeros años de vida es trascendental para el desarrollo emocional.
Tras esa etapa, en el ámbito educativo,
Goleman (1997) apuesta por un currículum que incluya activamente la enseñanza
de habilidades tan esenciales como el autoconocimiento, el autocontrol, la
empatía, saber resolver situaciones problemáticas… En definitiva, habilidades
vitales para el desarrollo de nuestra vida.
Es fundamental aceptar que son competencias
difíciles de desarrollar y que conlleva una inversión de esfuerzo, paciencia,
insistencia y entrenamiento.
Tras este paseo por la evolución y
diferentes enfoques respecto al tema que tratamos, podríamos definir la
inteligencia emocional como:
“La capacidad que tiene el ser humano, gracias al proceso
evolutivo, para armonizar lo emocional y lo cognitivo, de manera que pueda atender,
comprender, controlar, expresar y analizar las emociones dentro de sí y en los
demás. Todo ello le permitirá que su actuación sobre el entorno y sus
relaciones humanas sean eficaces y útiles, además de tener repercusiones
positivas para él y los demás en el entorno en el que se desenvuelve”.
http://www.nazaretheducator.blogspot.com
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